Verano, Córcega prodiga su legendario calor, entre los ardientes rayos del sol y las aguas transparentes a 28°. Disfrutaremos mucho más si nos podemos ofrecer momentos de frescor. Aquí van 7...
1. Buceamos en las reservas naturales marinas
Metemos la cabeza en las aguas azules que rodean por todas partes la isla. Mejor aún, preveemos una sesión de observación en apnéa o buceamos con botellas en una de las reservas naturales marinas, desde las Islas Cerbicales a las islas Lavezzi, pasando por el archipiélago de Finoccharlo, de Scandola o de Bonifaccio. El gran azul.
2. Morder frutas que sacian la sed
La producción local de frutas de verano ofrece sabores y una frescura incomparables. Saboreamos con avidez melocotones, nectarinas, albaricoques, higos frescos, ciruelas, uvas o cerezas.
3. Pasearse por la orilla de los ríos
Córcega está atravesada por numerosos arroyos y ríos, cuyo lecho a veces permite el paso a caballo y, a menudo, el baño. Menos frecuentada que la playa, hay lugares en la isla esperando a los visitantes que buscan tranquilidad y frescura.
4. Refugiarse en las iglesias
La isla está llena de edificios religiosos, testigos del fervor corso: iglesias, conventos, oratorios, capillas... ¡Hay, por ejemplo, más de 150 capillas en los 18 municipios de Cap Corse! Mucho donde recogerse... y tomar el fresco.
5. Refugiarse en el bosque
Entre el mar y las montañas, Córcega tiene muchas sorpresas en el corazón de sus numerosos bosques. Hermosos y poblados con múltiples especies, desvelan su secreto (¡y su sombra en verano!) al caminante, al naturalista o al senderista experimentado. Bonifatu, Ospedale, Piana y muchos más... Tú eliges.
6. Hacer una pausa en una granja
Las granjas disfrutan de un lugar destacado dentro del patrimonio corso. Sencillos o ultra lujosos, acogen para un almuerzo o una estancia. Siempre a resguardo en las centenarias piedras secas.
7. Remar a la puesta del sol
Disfrutamos de la serenidad que se encuentra en las playas más accesibles para deslizarnos en paddle en un mar en calma al atardecer. El aire es suave, el cielo enrojece y nos vamos sobre una tabla a lo largo de la tarde... ¡Divino!
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Por Virginie Dennemont