Por qué no llegué a ver dólmenes en Bretaña

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Algunas ostras, un limón: la felicidad a la bretona
© Ansonmiao / Istockphoto - Algunas ostras, un limón: la felicidad a la bretona

Tiempo de lectura: 0 minPublicado el 23 septiembre 2020

¿Y si el mejor viaje estuviera en los cambios que efectuamos de pronto? En Francia, a veces resulta mejor olvidarse del programa para saborear el placer de dejarse sorprender. En la Costa Blanca española, hay 300 días de sol al año. Sin embargo, en Bretaña, esperaba encontrar grandes mareas, lluvias finas, dólmenes, menhires y estremecedoras leyendas.

Día 1 - Cerca de Brest

"Hay montañas cerca de Brest". Aquel chico en el TGV no parecía estar bromeando. Seguí sus indicaciones hasta los montes de Arrée. En un paisaje lunar, y bajo un sol que me hizo olvidar todos mis prejuicios, me perdí con gusto buscando un conjunto de pequeños menhires llamado "la Boda de Piedra".

Día 2 - Un cumpleaños pasado por agua

Es mi cumpleaños. Quedé con unos amigos en el puerto de Le Diben, en Plougasnou. Embarcamos para observar una colonia de focas grises. Y de repente, me pasan un traje de neopreno… "Es tu regalo". ¡Nadé con ellas!

Día 3 - Relajación en la tierra de los megalitos 

Carnac es un poco la capital del megalito… Sin embargo, lo confieso. No fui a verlos. Es que, por la mañana, había lugar en el spa (bio) de Carnac. ¿Cómo que exagero?

Día 4 - Un saber hacer marinero

Podría haberme redimido en la península de Quiberon. Pero en lugar de eso, me quedé sin palabras, atrapada por el estruendo del agua golpeando con fuerza contra las rocas oscuras de la Costa Salvaje. Y como estaba lloviendo, decidí comprarme uno de esos bonitos suéteres marineros, con tres botones en el hombro.

Día 5 -  ¡Ostras!

En Locmariaquer, le pregunté al primer transeúnte la mejor dirección para comer ostras. Así que terminé en "Le Petit Chantier", un pequeño restaurante junto al agua. Aunque, ahora que lo pienso, ¿no había también un dolmen por aquí?

Día 6 - En la ciudad corsaria

En Saint-Malo, ya me había olvidado por completo de los dólmenes. Pero descubrí una tienda curiosa: La Droguerie de Marine. Allí venden de todo para limpiar barcos, pero también libros, relatos, novelas… para disfrutar de un buen rato cuando no sopla el viento.

Por France Bigourdan

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