De Narbona a los castillos y abadías del País Cátaro con Saltaconmigo

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Castillo de Quéribus
© Vincent Photografie - Castillo de Quéribus

Tiempo de lectura: 0 minPublicado el 9 junio 2020

Es leer la palabra “cátaro” y sentir un cosquilleo. Los cátaros son "los egipcios de Europa”: un imán para los amantes de la historia y del misterio. Con esta premisa ¿quién no querría visitar el Pays Cathare?

Narbona, puerta de entrada al país cátaro

Mercado Les Halles, Narbona
© Lisa Debande - Mercado Les Halles, Narbona

Nos situamos en el departamento de Aude, en Occitania-Sur de Francia. Narbona será nuestra puerta de entrada al país cátaro. Tan sencillo como subir al tren –directo desde Madrid y Barcelona– y llegar a la ciudad romana más antigua de la actual Francia, la capital de la Galia Narbonesis. Para recordarlo, se ha creado el Museo Regional de la Narbona Antigua. Su edificio, el proyecto Narbo Via, obra de Norman Foster, abrió sus puertas en 2020.

Antes de alquilar un coche y lanzarnos a la carretera en busca de castillos, abadías y misterios, merece la pena callejear por la ciudad de Narbona. Desde las antiguas huellas romanas en los túneles del horreum hasta el mercado de Les Halles, pasando por su catedral o el restaurante Les Grands Buffets, con su revolucionario concepto de bufé de alta cocina.

Vistas sobre la ciudadela de Carcasona desde el Puente Viejo.
© Atout France/Nathalie Baetens - Vistas sobre la ciudadela de Carcasona desde el Puente Viejo.

Castillos, abadías, misterios, leyendas y herejía, el país cátaro conquista de principio a fin

Las huellas de la primera cruzada en suelo europeo, aquella con la que el Papa Inocencio III y San Luis –Luis IX de Francia– quisieron acabar con la herejía cátara, aún perduran. Antiguas fortalezas que se yerguen en cortados imposibles y sirvieron de defensa en aquella guerra de religión que tenía más de conquista territorial que de acto de fe. 

Nombres como Peyrepertuse, Quéribus, Puilaurens, Lastours o Carcasona evocan un pasado de asedios, batallas, conquistas y muerte.

Inaccesible, esa es la palabra que mejor describe el Castillo de Peyrepertuse. Sus murallas parecen haber crecido directamente de la cresta calcárea sobre la que se asientan. Se nombra por primera vez en el año 1070. Desde entonces, no dejó de ser escenario de guerras y reformas hasta mediados del siglo XVII. ¡Seis siglos de luchas! No cuesta imaginar soldados corriendo frenéticamente de un lado a otro del castillo mientras el ejército enemigo está apostado plantando asedio. Frente a él, como de puntillas sobre un pico rocoso rodeado de bosques, se alza el Castillo de Quéribus, el último baluarte de la resistencia cátara: cayó en manos de los cruzados en 1255. Tras esa derrota, sucesivas batallas y reformas lo convirtieron en un auténtico muestrario de arquitectura militar.

Nueve muros en zigzag y cuatro torres circulares son la carta de presentación del Castillo de Puilaurens. Con tantos castillos con siglos de historia ¿cómo no encontrarnos con algún fantasma? Cuenta la leyenda que, durante las noches pálidas, en el de Puilaurens es posible vislumbrar la figura de una dama recorriendo el camino de ronda. Es Blanche de Borbón, sobrina nieta del rey Luis IV. En uno de sus viajes, se alojó en la torre llamada ahora Dame Blanche en su honor.

Lastours no es un castillo cátaro cualquiera, son nada menos que cuatro torres defensivas a poca distancia una de otra: Cabaret, Surdespine, Quertinheux y Tour Régine. Tanto los edificios como sus emplazamientos actuales son posteriores a la cruzada cátara. Durante las batallas fueron reducidos a escombros y más tarde vueltos a levantar por orden de San Luis. La mejor forma de contemplar las cuatro torres es desde el Belvédère, a dos kilómetros de la ciudad de Lastours. Caminar de uno a otro te traslada a una época de asedios y batallas.

Abadía de Fontfroide
© Yann Mone - Abadía de Fontfroide.

Las abadías cátaras son la otra gran seña de identidad de la región. Aunque podrían parecer conceptos antagónicos, castillos y abadías no eran tan diferentes. En ambos se libraban luchas de poder y había territorios que controlar y murallas que defender. La Edad Media no fue precisamente un período tranquilo en esta zona: las conquistas musulmanas, la cruzada cátara, las luchas con los reinos españoles… Las abadías no fueron ajenas a estos avatares.

La vista de la abadía de Fontfroide desde lo alto de la cruz de hierro nos recuerda su pasado glorioso. En su interior, el pasado y el presente se dan la mano. Recorrer las estancias levantadas en plena Edad Media con la guía de una tableta que va explicando la historia de cada una de las estancias es un curioso anacronismo.

La abadía de Saint-Hilaire, a diferencia de la de Fontfroide o la de Lagrasse, no llegó a disfrutar de esa bonanza económica que le permitiera crecer en terrenos y riqueza. Los monjes ayudaron a la cercana ciudadela de Carcasona durante la cruzada cátara y, tras la derrota, la abadía perdió terrenos y sufrió estrecheces económicas. Maravillas como los aposentos abaciales y, sobre todo, el sarcófago de san Saturnino, obra del maestro de Cabestany, justifican una parada en la ruta. 

Dejamos la joya de la corona para el final. Llegamos a la perfecta ciudadela medieval de Carcasona, Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO junto al Canal de Midi, con sus torreones, murallas, camino de ronda, callejuelas... ¡El sueño de cualquier niño! La ciudadela de Carcasona fue casi completamente arrasada durante la cruzada cátara, pero, en el siglo XIX, Viollet-le-Duc le restituyó, con algo de imaginación, su esplendor original. Después de deambular por la ciudadela y visitar el castillo y la basílica de Saint-Nazaire, toca admirarla desde otra perspectiva, desde la azotea del Hotel des Trois Couronnes.

El Canal de Midi se puede disfrutar en barco o en bici.
© Atout France / Robert Palomba - El Canal de Midi se puede disfrutar en barco o en bici.

El misterio del tesoro del abad Saunière

No solo de castillos y abadías vive el visitante del Pays Cathare, hacía falta un misterio más allá de los fantasmas. Ese misterio se halla en el Domaine de l'abbé Saunière, en el pequeño Rennes-le-Château. Allí, el abad Saunière construyó un palacio y remodeló la modesta iglesia con fondos de desconocida procedencia. ¿Encontró el tesoro de los templarios? ¿Documentos que probaban que Jesucristo había tenido descendencia? ¿Fue un corrupto? Todavía se sigue buscando su tesoro, aunque en 1965 se prohibió excavar en cualquier lugar del pueblo. La iglesia, con una más que curiosa pila de agua bendita, y el palacio son visitables. Este último se ha transformado en un museo dedicado a esa leyenda.

Por France.fr

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