Para los que buscan el lujo, la arena y el placer, pueden pasar 15 días en Saint-Barthélemy y cambiar de playa cada día. Lagunas cristalinas, tubos para surfistas o playas salvajes ilustran bien su eslogan: el arte de ser una isla.
La playa más inaccesible: Colombier
La historia reciente de Saint Barthélemy, la isla bohemia y chic del Caribe, comienza aquí, en el noroeste de la isla. En 1957, David Rockefeller construyó su residencia en la punta de Grand Colombier. En la escritura de venta había una condición: ninguna carretera debía dar servicio a estas 27 hectáreas, que se habían convertido en una reserva natural marina privada. Se puede llegar a la hermosa playa en barco o por dos caminos. Si practicas el esnórquel, podrás ver a las tortugas retozando entre las hierbas marinas.
Lo playa de pueblo: Corossol
Una Virgen sobre una roca, unas cabañas multicolores: en Corossol, el pasado de Saint-Barthélemy sigue siendo tangible. Unas quince familias normandas y bretonas se instalaron aquí en el siglo XVIII. Los conocedores de ahora reman entre los dories, las coloridas embarcaciones de los pescadores. Tras el esfuerzo, comparten accras y rones del restaurante Régal con los viajeros que pasan por allí.
La playa más salvaje: Saline
Contempladas desde la cima del Morne Rouge, a 161 metros de altitud, las dos calas de Saline parecen listas para hacerse a la mar. La afilada lava separa Grande Saline de su hermana menor, menos ancha pero igual de salvaje y dorada. Llegamos a ellas por un camino donde los coches se enarenan. El aparcamiento está cerca de las antiguas salinas. Al amanecer y al atardecer se convierten en dameros de espejos brillantes.
La playa más urbana: Shell Beach
A cinco minutos a pie de Gustavia, la playa de Shell no existía antes de que se construyera la pequeña capital de la isla. Por eso su arena, mezclada con restos de conchas, es tan especial. Los valientes se lanzan desde trampolines naturales del acantilado. El campeón de tenis Yannick Noah fue la inspiración para su restaurante, ahora una mesa helénica, Shellona. Esperas en una tumbona a que se ponga el sol mientras picoteas aceitunas al estilo griego, claro.
La playa más secreta: Gouverneur
La bajada a la playa de Gouverneur es una belleza: poco a poco, una dorada lengua emerge de los cocoteros. Una duna cubierta de enredaderas marinas la aísla de la exuberante propiedad contigua, la del multimillonario ruso Roman Abramovich. Las rodillas se levantan para no hundirse en la areana. Se dice que en ella está enterrado el tesoro del pirata francés Daniel Monbars. En el siglo XVII, atacó a los barcos españoles para vengar a los indígenas y a los esclavos negros.
La playa más activa: la bahía de Saint-Jean
En Saint-Jean, siempre hay un espectáculo. Es imposible aburrirse ni un segundo en esta bahía que concentra tiendas, estadio y hasta un aeropuerto. Durante todo el día, como si fueran juguetes, se ven despegar avionetas y jets privados desde la pista de Tourmente. En la roca central se encuentra el hotel Eden Rock, una seta con tejas rojas y blancas. El día transcurre en su famoso club de playa, en Nikki Beach o en la arena. La primera imagen que los veraneantes que llegan en avión tienen de la isla, será también la que se lleven a su regreso, una dichosa bahía que forma una sonrisa de arena.
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Por Aliette de Crozet
Cuando somos curiosos y golosos, recorrer Francia tiene mucho sentido.