Islas de Wallis y Futuna

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Une famille se baigne dans l'eau bleue du lagon
© Jean-François Marin - Une famille se baigne dans l'eau bleue du lagon

¡Rumbo al Pacífico Sur, a las islas de Wallis y Futuna! Playas vírgenes, arrecifes de coral y una cultura rica en tradiciones polinesias. Disfruta de la hospitalidad local, la gastronomía típica y los paisajes impresionantes.

Para conocer a reyes totalmente oficiales en Francia hay que ir hasta las islas de Wallis y Futuna, el territorio más alejado de la metrópoli en pleno corazón del océano Pacífico. Un viaje fuera de lo común a uno de los lugares más recónditos del mundo. Entre tierra volcánicas con lagos de cráter, iglesias llenas de colorido, antiguos fuertes y aguas color turquesa, a recorrer en barco de vela o en piragua: ¡embarque inmediato para la más insólita de las tierras de la Polinesia Francesa!

Lo que no debes dejar de visitar en tu viaje a las islas de Wallis y Futuna

A falta de ser un archipiélago geográficamente hablando, Wallis y Futuna está formado por dos grupos de islas con un relieve volcánico, a su vez divididos en tres reinos tradicionales: las islas Wallis, con sus laguna rodeada de islotes de coral, y las islas de Futuna.

En Wallis

En Wallis se puede ver el palacio del rey en Mata Utu, la capital, un hermoso edificio de arquitectura colonial delante del cual se celebran las fiestas tradicionales, en especial los impresionantes concursos de danza, y la catedral de Mata Utu, imponente edificio de piedra de lava construido frente al mar. Pero la cuna de la evangelización de la isla se encuentra en Mala’efo’ou, célebre por la iglesia de Saint-Joseph, un edificio cuyo interior está lleno de color que data de 1859.

Para comprender la historia de Wallis y Futuna, antaño bajo el dominio del reino de los Tonga, no hay que dejar de visitar el yacimiento de Talietumu y sus vestigios de piedra basáltica de un antiguo fuerte del siglo XV, o el de Tonga Toto, cuya antigua fortaleza domina el mar.

En Futuna

El santuario de Saint-Pierre Chanel en Poi recuerda los comienzos difíciles de la evangelización: está dedicado a uno de los primeros misioneros del Pacífico, asesinado por el rey Niuliki en 1841 y convertido en santo patrón de Oceanía.

Admirar todos los paisajes de Wallis y Futuna

Para disfrutar de la belleza salvaje de las islas, en Futuna, la más escarpada, se toma la carretera de la costa que serpentea entre las pendientes vertiginosas de los acantilados y el mar. En el camino, hay que detenerse en la punta de La Pyramide para contemplar el panorama y en Vaisai para ver un “fale fono” típico, la choza tradicional donde se reúnen los habitantes para tomar el kava, bebida tradicional a base de plantas. Es también el punto de partida de una bonita excursión hasta el monte Puke (522 metros), donde se dice que vive la diosa protectora de Futuna.

En la isla de Wallis, si se quiere alcanzar la cumbre, el desnivel es más modesto: el monte Lulu Fakahega culmina a 151 metros, pero el ascenso y el descenso permiten contemplar magníficas vistas. En el suroeste, uno sueña con zambullirse en el agua salada de un cráter: el lago Lalolalo extiende sus aguas azules sobre 400 metros de diámetro (¡y 80 metros de profundidad!) en medio de un océano de vegetación. Es el mayor de los cinco lagos de cráter de la isla.

Pero en Wallis también hay que disfrutar de su magnífica laguna y su corona de atolones. Se navega a vela o en va’a, la piragua de banco móvil tradicional hacia las islas, como la de Nukuteatea, o los islotes de Nukuhione y Nukuhifala. Con sus playas de arena blanca con hileras de cocoteros, atraen a los aficionados a los baños en el mar y al submarinismo. Para ir a las playas salvajes, también se puede tomar el barco hacia la isla de Alofi, 2 kilómetros al sur de Futuna, un rincón paradisíaco completamente deshabitado.

Recuerdos de Wallis y Futuna

De Wallis y Futuna se traen forzosamente recuerdos llenos de colorido, empezando por los sabores de los platos típicos. El cerdo estofado preparado en el horno polinesio es una institución, en especial durante las fiestas tradicionales done se sirven en ofrenda. También se toma el cerdo en bami, un plato de Nueva Caledonia y, entre los pescados, la barracuda es deliciosa. Como en el resto de la Polinesia Francesa, el ñame también se utiliza mucho en las recetas.

Y nos llevamos en la maleta algunos recuerdos que muestran la originalidad de la artesanía local: collares de conchas, objetos en tejido de tapa (corteza de morera tropical), esteras en hoja trenzadas de pandanos, esculturas de madera y ta’ovala, la tela tradicional de las ceremonias, elaborada a partir de la corteza del bourao, un tipo de hibiscus.
Y prometemos regresar, ¿por qué no durante un crucero?

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