Saint-Barthélémy

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Port de Gustavia à Saint-Barth dans les Caraïbes françaises.
© Adobestock - Nancy Pauwels - Port de Gustavia à Saint-Barth dans les Caraïbes françaises.

¡Rumbo al Caribe, a Saint-Barthélémy! Un paraíso para los amantes del lujo y la tranquilidad. Sus playas de arena blanca, aguas turquesas y exclusivos resorts ofrecen una experiencia incomparable.

Es la isla más pequeña de las Antillas Francesas y, sin embargo, es también una isla de superlativos. La más insólita, con su capital de casa muñecas heredada de los suecos. Y la más exclusiva, con sus elegantes hoteles, alguno con la categoría palace diseminados a lo largo de playas idílicas bañadas por aguas de color turquesa . En “Saint Barth”, como se la conoce, se saborea la voluptuosidad de una estancia en el que se pueden descubrir playas salvajes, hacer surf sobre las olas, explorar los fondos marinos o bañarse con tortugas en total intimidad. 

Lo que no debes perderte durante tu estancia en Saint-Barthélemy

Durante una estancia en Saint-Barthélemy, hay que empezar por subir al fuerte Gustav. No queda gran cosa del fuerte sueco, pero las vistas sobre los tejados rojos y la bahía de __Gustavia__, donde se dan cita los más bellos yates del mundo, es incomparable. Sueca entre 1784 y 1878, como el resto de la isla, la coqueta capital conserva, entre otros hermosos edificios, algunas construcciones de aquella época, como el antiguo ayuntamiento, en su origen edificio de aduanas, o el campanario sueco, vestigio de una iglesia luterana destruida por un ciclón.

¡Y luego hay que pasar… a las playas! Aunque la isla sólo tenga 21 km², no faltan las opciones. Para las actividades náuticas, hay que dirigirse a la ensenada de __Grand Cul-de-Sac__, cuya laguna cristalina se presta de maravilla para practicar el kayak y el esnórquel: el ballet de los peces multicolores hace de ella un verdadero acuario. Para un espectáculo inédito, debes dirigirte a la playa de Saint-Jean: ¡allí se ven despegar y aterrizar los aviones rozando el agua!

Por lo demás, todas las playas ofrecen una gran diversidad: playa de Saline, una de las mayores de la isla; playa de Gouverneur, donde se cree está escondido un tesoro pirata. Cuando no son salvajes como Colombier, accesible únicamente en barco o a pie y paraíso del esnórquel -¡se nada con las tortugas marinas!-. O Anse Marigot, de arena gris y con un bosque de cocoteros, una rareza en la isla. La mayor playa, Anse des Flamands, ofrece además unas vistas magníficas de la isla Chevreau, uno de los numerosos islotes satélites. Y en el encantador puertecito pesquero de Corossol con sus casas de colores, se encuentran las últimas huellas de un estilo de vida ancestral, entre barcos tradicionales, nasas de cangrejos y paja trenzada.

Saint-Barthélemy: la isla de los gastrónomos

Con el  Saint Barth Gourmet festival, la isla se ha hecho con un lugar en el mapa mundial de la gastronomía. Cada año en noviembre, los chefs franceses más célebres se dan cita para preparar platos refinados, ¡a saborear con los pies en la arena! Porque los placeres gastronómicos son una de las bazas de esta isla donde se combina de forma maravillosa el saber hacer de la gastronomía francesa y los productos locales.

La mesa da protagonismo a los productos del mar, en especial las langostas y la dorada, conocidas aquí como mahi mahi, deliciosa cuando se cocina con batata. Y los sabores del Caribe nunca están muy lejos: cangrejo relleno, morcilla de pescado, accras o christophine de bacalao…

Actividades refinadas y sorprendentes en Saint-Barthélemy

Durante una estancia en Saint-Barthélemy, uno enseguida hace como el camaleón; elegante y a la última un rato, deportista otro, y la mayor parte del tiempo relajado. Se pueden aprovechar los precios libres de impuestos para hacer las compras en las tiendas de lujo o en los establecimientos de jóvenes creadores en Gustavia y Saint-Jean, antes de realizar un viaje en carretera hacia Lorient.

Detrás de la barrera de coral, no hay que resistirse al placer de hacer surf sobre las olas. Para iniciarse al windsurf, es mejor elegir Saint-Jean, pero para navegar, nada mejor que recorrer los 32 kilómetros de costas en catamarán.

Si se desea llevar más lejos la exploración de los fondos marinos, es necesario (para los más experimentados) dirigirse al islote Coco. Entre cuevas y simas, uno puede cruzarse con tortugas y tiburones. Y los aficionados al senderismo no dejarán de ascender el Morne de Vitet con sus 286 metros.

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