A 25 kilómetros de las costas canadienses, el archipiélago de Saint-Pierre-et-Miquelon es un trocito de Francia pero diferente. Las casas son de colores como en un país escandinavo, las fiestas vascas conviven con las crêpes bretonas y el acento recuerda al del Québec. Aparte de una cultura singular a descubrir en sus pequeños museos insólitos, es un destino de pura naturaleza donde uno no se cansa de recorrer los paisajes entre tierra y mar al acecho de focas, ballenas jorobadas y aves migratorias.
Lo que no debes perderte durante tu viaje a Saint-Pierre-et-Miquelon
En las ocho islas del archipiélago, sólo dos de ellas están habitadas, principalmente la de Saint-Pierre, una isla de bolsillo de 26 kilómetros cuadrados y 5.500 habitantes. La vida se concentra en la localidad de Saint-Pierre, cuyas casas de madera están pintadas con tonos muy vivos, del amarillo limón al rojo ladrillo, pasando por el azul turquesa. Por su parte, el Museo Héritage muestra un vistoso color verde. Con sus colecciones eclécticas, ofrece una excelente introducción a la historia del archipiélago, en especial durante la Prohibición americana de los años treinta.
En la época, este rosario de islas se había convertido en la plataforma del contrabando y se dice que Al Capone incluso se alojó aquí. En el Arche Musée, se puede ver, entre otras curiosidades, una guillotina, pero también se puede disfrutar de paseos guiados organizados por el museo para visitar la isla de los Marinos, hoy abandonada. Repartido entre varios edificios, entre ellos la antigua escuela, el museo Archipélitude muestra a través de sus colecciones de objetos y de fotografías la dura vida de los pescadores que antaño vivían al ritmo del secado de pescado.
¿Dónde ir, a la Anse à Henry o al Cap au Diable? La isla de Saint-Pierre se presta también a realizar hermosos paseos entre el océano y las albuferas. Y a algunos cientos de metros de la orilla, la reserva natural del Grand Colombier es uno de los lugares favoritos de los ornitólogos. Este santuario, que concentra buena parte de las aves migratorias, es el único lugar donde anidan los frailecillos atlánticos. Se pueden observar los pingüinos Torda y, junto a la costa, las ballenas jorobadas, rorcuales y delfines.
En un viaje a Saint-Pierre-et-Miquelon no hay que dejar de visitar la isla de Miquelon, la mayor (216 km2), formada en realidad por tres istmos:
- Le Cap,
- Grande Miquelon,
- Langlade , que en ocasiones se denomina Petite Miquelon.
Un verdadero concentrado de pura naturaleza que se explora en barco o a pie. En la hermosa laguna del Grand Barachois de aguas azuladas, se embarca en unas zódiac para observar las focas grises y las focas comunes, que también se pueden ver en el cabo cap Percé. En el extremo noroeste de la isla, el cabo Miquelon es espectacular con su decorado de acantilados que dominan el océano, donde anidan las rapaces. Y el valle de la Cormorandière en Miquelon se presta de maravilla a los paseos ecológicos entre turberas y el bosque boreal, ¡el único de Francia!
A saborear en las islas de Saint-Pierre-et-Miquelon
En Saint-Pierre-et-Miquelon, la gastronomía lógicamente da protagonismo al mar. Se toma el asado de fletán o los cogotes de bacalao salado, pero también el paté de atún, las vieiras o el bogavante recién pescado. En cuanto a los productos de la tierra, el corzo del archipiélago (que es también un territorio de caza), el queso de cabra de Miquelon y los macarrones a la saint-pierraise, deliciosas bolas de cacao. Y todo ello regado con cerveza de spruce, el picea local.
Admirar la biodiversidad en Saint-Pierre-et-Miquelon
Más de 300 variedad de aves migratorias marinas y terrestres están catalogadas en el archipiélago de Saint-Pierre-et-Miquelon, de las cuales un centenar anidan en él. Se pueden observar en especial los Eider, grandes patos migratorios cuyo plumón es muy apreciado, el porrón osculado o las águilas calvas. ¡No te olvides de llevar prismáticos!